30.09.14, 9h00, Río Piedras, Puerto Rico
Hoy, literal, tuve que ausentarme de mi primera clase para poder estirar el músculo. Preparé la sala con lo usual: el celular conectado a Setreodose conectado vía bluetooth a las bocinas, la mesita pegada a mi cuerpo reclinado sobre el couch, la pieza ya paqueada y esperando mi intervención, el abaniquito desde otra esquina resoplando el fuego exhalado. No tengo un vasito de agua para bien oxigenar el cerebro. No tengo el sol inundando mi entorno. Tengo el silencio de una casa vacía, el cliché total del acto solitario de la escritura—hasta el tormento que lo acompaña.
Hoy, literal, tuve que ausentarme de mi primera clase para poder estirar el músculo. Preparé la sala con lo usual: el celular conectado a Setreodose conectado vía bluetooth a las bocinas, la mesita pegada a mi cuerpo reclinado sobre el couch, la pieza ya paqueada y esperando mi intervención, el abaniquito desde otra esquina resoplando el fuego exhalado. No tengo un vasito de agua para bien oxigenar el cerebro. No tengo el sol inundando mi entorno. Tengo el silencio de una casa vacía, el cliché total del acto solitario de la escritura—hasta el tormento que lo acompaña.